Aún cuando no se podría llamar a Bucaramanga ciudad, en el siglo XVII, don Facundo Mutis donó a la autoridad eclesiástica terrenos (actual calle 37 entre carreras 11 y 12) con el objetivo de otorgar un lugar definitivo para el cementerio, es allí donde se establece el primer cementerio católico de la villa, cuyos senderos fueron ornamentados con mirtos, rosales y sauces. El 2 de agosto de 1800 fue trasladado a la ubicación que se conoce en la actualidad bajo el nombre de cementerio central, frente al parque Romero.
En el año 1888 con la presencia de una élite bumanguesa protestante y en contraste con la negativa de la autoridad eclesiástica de «profanar» tierra santa con la inhumación de fallecidos no católicos, un grupo de distinguidos ciudadanos de variadas creencias religiosas, inclusive católicos, compraron un terreno perteneciente a la señora Teresa Parra de Orozco en la actual calle 45 con 13 y allí dispusieron del cementerio particular, un lugar donde se podía enterrar personas sin el riguroso filtro establecido por la creencia católica.
En el año de 1911 aparecería en la ciudad el cementerio universal, en él se esperaba poder dar sepultura a los ateos, librepensadores, protestantes y también a los suicidas. Estas características le valieron al espacio calificativos peyorativos por parte de la sociedad más ortodoxa como: «cementerio de los suicidas» o «cementerio de los perros», sin embargo alojó personas relevantes de la época, como el héroe de la guerra de los mil días, general Pedro Rodríguez, entre otros. Ubicado en la calle 45 con carrera 9 desapareció definitivamente en el año 2010, la necrópolis fue demolida para ceder el espacio al viaducto Provincial o conocido comúnmente como viaducto de la novena.